El conductor se niega a detenerse y, en cambio, acelera aún más. Las chicas están aterradas, pero no se rinden. Sofía saca su teléfono y llama al número de emergencia mientras intenta mantener la calma en medio del pánico que comienza a apoderarse de ellas. Finalmente, el taxista se detiene bruscamente frente a una camioneta; dos hombres corpulentos abren las puertas y sacan a las chicas a la fuerza, rompiendo sus teléfonos. Las montan en su vehículo después de ponerles un paño en la cara que las duerme, alejándose y desapareciendo en la noche.
Fin de la retrospectiva.
Ambas chicas parecen despertar de un letargo al escuchar lo que decía la psicóloga en la televisión y recordar todo lo sucedido. Se miran de nuevo y no pueden creer que sean las mismas. Están muy demacradas y presentan señales de haber tenido recientemente un bebé. No dicen
Ariel había llegado tras la llamada de su padre, quien, con un tono inusual de urgencia, le pidió que regresara sin Camelia ni los niños. No dudó en obedecer. Al llegar, se encontró con la situación del pequeño Reutilio, la desesperación combinada con la furia de su hermano Marlon, que descargaba su frustración maldiciendo y golpeando a un enemigo invisible, y la incredulidad de todos los demás. Su madre, Aurora, abrazaba entre lágrimas a Marcia, intentando consolarla, aunque ambas parecían igual de destrozadas. Ismael hablaba con el Mayor Sarmiento e intentaba, a grandes rasgos, explicar la situación a la doctora Elizabeth, que mantenía un gesto serio. Fue entonces cuando el señor Rhys, al notar la llegada de Ariel, lo interceptó y lo condujo al despacho. —Ari, al fin apareció el jovencito que asegura ser hijo de tu hermano —dijo el se&ntild
Todos se giran al escucharla. Ella expone que habían rescatado a dos secuestradas y, a pesar del tiempo que había transcurrido, no las mataron; más bien las encontraron a ambas recién paridas. Eso les decía que lo que hacen es embarazarlas. En algún lugar las tenían pariendo sin cesar y vendían los niños. No existían registros de sus nacimientos, por lo que nadie sabe nada de bebés robados. —¡Santo Dios! Si es verdad lo que supone, doctora —dice el policía—, estamos frente a una enorme red de traficantes de personas y, de seguro, hay muchos implicados. Esas chicas llevan cinco años desaparecidas. El niño de Marlon Rhys tiene más o menos doce años y dijo que había adultos que nacieron así. Ismael, yo sé lo desesperado que estás, pero insisto en que esperemos. —¡No, no lo haré! &md
Reutilio explica que había ocurrido algo parecido con Laura: la llevaron a parir a la casa del cliente para hacer creer que era su mujer. Pero al transportarla, ella despertó y se bajó en un semáforo. ¡Lo han hecho montones de veces! ¡Nunca había pasado! El chico era joven y nuevo en el trabajo. No cerró la camioneta con seguro, y tampoco las enfermeras la habían sedado. —Les digo que deben calmarse; ellas no saben nada —asegura, jugando con su bastón—. Aunque la policía venga, pasará lo de siempre: no encontrarán nada. —¿Por lo menos cogieron a sus hijos? —preguntó un doctor. —Uno; la otra no había parido todavía, y la asociación de Camelia y Ariel Rhys lo desapareció —contestó—. Así que olvídense de esa niña. Los presentes se mira
Camelia había descubierto una nueva pasión en aprender a montar a caballo junto a sus hijos. Había dedicado tiempo y esfuerzo en perfeccionar esa habilidad, disfrutando al máximo cada momento en los amplios terrenos de la finca. Lo hacía frecuentemente en compañía de Gerardo, su hermano mayor, quien encontraba en esas cabalgatas una forma relajada de pasar tiempo con su hermana menor. A veces, también los acompañaba Clavel, conocida por su destreza en prácticamente todo lo que se proponía, haciendo cada paseo aún más dinámico y divertido.Sin embargo, el día anterior había sido diferente. Ariel, la había llamado a su habitación con una expresión inusualmente seria, algo que encendió la alarma en la mente de Camelia. Ella se sentó en la cama, intentando descifrar aquello que le preocupaba a Ariel antes de que é
Camelia lo escuchaba mientras ajustaba su sombrero y, tras las palabras de su marido, se detuvo por un instante, reflexionando. Luego, levantó la mirada hacia Ariel. —Hicimos bien en venir a vivir aquí, ¿verdad, amor? —dijo con una sonrisa tranquila, aunque un pensamiento le cruzara por la mente—. Mira, Ari… ¿crees que podrían aparecer más hermanos míos junto con esos hijos tuyos de los que hablaste? Ariel, que estaba terminando de ajustar el sombrero, levantó la mirada hacia ella con cierta sorpresa, pero sin juzgar la inquietud de Camelia. Avanzó hacia ella con pasos firmes y le tomó las manos. —No lo sé, Cami. En este momento, creo que cualquier cosa es posible —respondió Ariel con honestidad antes de deslizar las manos hasta la cintura de su esposa, mirándola con ternura y admiración—. Aquí encontr
Mientras el ex senador Camilo corría a la par de Ariel hacía la pista. Mientras le decía que no podía acompañarlo en ese momento, pero que iría temprano en la mañana en cuanto llevara a su esposa al turno médico.—Pero si existen hijos míos Ariel, llámame sin importar la hora. Ya sé que dijeron que no había más embriones en ese laboratorio, pero, no sé… el miedo no se me quita —confesó, por primera vez mostrándole a Ariel la vulnerabilidad que le carcomía por dentro. —Solo mantenme informado, y Ariel…—¿Diga mi suegro? —preguntó Ariel antes de montar al aparato.Camilo inhaló profundamente antes de agregar, mirando directamente a los ojos del joven:—No importa cuántos hijos hayan creado c
Camelia respondió con una sonrisa despreocupada. Desde que llegaron se sentía muy segura y libre en la hacienda de su padre.—Quiero estirarme un poco, además, ustedes mismos me dicen que no tengo resistencia y que debería caminar más. Entonces, ¿en qué quedamos? —respondió con picardía. Luego añadió, divertida—. Israel envía los caballos de regreso. Nosotros caminaremos. Hoy cambio el entrenamiento. No tengo ganas de hacer ejercicios. Los guardias se miraron con un deje de incredulidad, pero terminaron obedeciendo. Desde su posición, la casa se veía claramente en el horizonte, y si bien la distancia era considerable, parecía un reto sencillo. Antes de cumplir la orden, Israel preguntó si los ponis de los niños también debían regresar. Camelia asintió riendo mientras veía a Alhelí
No había tiempo para discutir, y Camelia lo sabía. Logró recuperar un poco de aire. Los disparos no cesaban derribando los animales y el helicóptero, lejos de retirarse, giraba en el aire buscando el mejor ángulo para desplegar su amenaza. Sin embargo, la llegada de los perros comenzó a inclinar la balanza. Unos impedían que el ganado se dispersara mientras otros atacaban a los extraños que les disparaban tanto a ellos como a las reses. —Vaya, ese perro es en verdad un campeón —exclamó Ernesto al ver cómo impedía que las reses que los cubrían se dispersaran a pesar del ruido ensordecedor. Otro chiflido ensordecedor se escuchó en la lejanía y disparos desde otro lado sorprendieron a los atacantes. Era Gerardo, que regresaba con el grueso de los animales y se percató de la situación. —¡Es Gerardo!