Lucrecia saltó asustada al escuchar una voz de hombre detrás de ella y se encontró con Israel, quien la miraba muy serio. Rápidamente recogió todo lo que había tirado del buró de la secretaria en su arranque de celos. Desde el pasillo, se escuchó el sonido de una puerta que se cerraba y las risas de Ariel y Camelia, que a buen entendedor saben a qué se refiere.
Ariel se puso de pie, con Lucrecia cargada, riendo pícaramente mientras se introducía en la habitación, cerrando la puerta con el pie. El sonido resonó claramente afuera, y Lucrecia hizo una mueca al darse cuenta de que no había logrado nada, bajo la mirada de Israel, quien le tomó una foto.—¡Oiga! ¿Por qué hizo eso? ¿Quién le dio permiso para tirarme una foto? ¡Bórrela ahora mismo! —exigió, molesta.—No necesito permiso. Eres una