La preocupación en el rostro de sus padres era evidente. Su madre, con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas, se acercó para abrazarlo brevemente. Su padre, manteniendo la compostura característica de los Montero, le dio una palmada firme en el hombro.
—Estaré bien —aseguró Ismael, intentando transmitirles confianza—. Cuida de Sofía. El rugido de las aspas del helicóptero se intensificaba mientras atravesaba el jardín hacia la pista de aterrizaje. La lluvia comenzaba a caer con más fuerza, y los relámpagos iluminaban el cielo oscurecido. —Mayor Alfonso, debemos ir a recoger a la doctora al hospital y luego ver si llegamos al yate antes de que esto se ponga más feo —ordenó, cambiando de puesto con el piloto. Ismael era el mejor que existía entre ellos. —Vamos a volar.El yate habí