Gerardo mira a su cuñado; puede ver la desesperación y el dolor en sus ojos. Por eso, evitando su mirada suplicante, y con el peso de la mentira aplastando su conciencia, responde:
—Lo siento, Ariel, yo estoy igual que tú. No sé nada. —¡Rayos! ¡¿Cómo diablos nadie supo que Leandro estaba escondido en el apartamento de Cami?! ¿Cómo? ¡Debí negarme al pedido de Marilyn! Estoy seguro de que ella tiene que ver en esto —vocifera Ariel como un demente ante la mirada impotente de todos—. Es demasiada coincidencia. ¡Mano, impide que la saquen de la cárcel! No me importa lo que le pase, pero estoy seguro de que ella está metida en esto. —Cálmate, Ari —Marlon intenta tranquilizarlo—. Y ya Oliver impidió que Marilyn saliera; la llevaron a la clínica de la cárcel. Camelia debe haber ido para la casa. —¡No está! Acabo de hablar con mamá y no ha llegado —el grito de Ariel resuena por los pasillos del hospital, cargado de una desesperación que hiela l