Ismael la miró inexpresivamente mientras trataba de entender cómo había sucedido algo así. Miró de nuevo la lámina plástica en su mano mientras intentaba procesar la información que ella le daba. Se acercó a su esposa, que no dejaba de llorar y se había dejado caer en un sillón. Se inclinó hasta estar a la altura de su rostro y colocó la prueba entre los dos.
—Sofía, explícame esto —agitó la lámina frenéticamente—. ¿Sabes muy bien que, por el tiro que me dieron, no puede ser mío? ¡Maldición, Sofía, habla ahora antes de que me vuelva loco!—¡Te digo que no sé, no sé cómo pasó! No me he separado de ti un solo día —insistió ella, tan confundida como el propio Ismael.—¿Desde cuándo lo sabes? —preguntó de