En la casa de los Rhys, Ariel clamaba aterrado por la ayuda de todos. Félix permanecía a su lado, temiendo que el estado de su amigo empeorara. Su mirada se dirigió al abogado Oliver, quien negaba con la cabeza, visiblemente derrotado. Los brazos de la señora Aurora apretaban el cuerpo tembloroso de su pequeño hijo, sin saber qué más hacer.
—¡Tienen que ayudarme, tienen que ayudarme! —repetía Ariel sin parar, en un estado de conmoción que les rompía el corazón a todos.—Lo haremos, lo haremos, cálmate, Ariel, cálmate —le pedía su madre, tratando de tranquilizar a su hijo.Ariel lloraba desconsoladamente en los brazos de su madre, mientras ella no dejaba de acariciarlo y asegurarle que todo se arreglaría. Oliver se acercó, poniendo una mano en el hombro de Ariel y pidiéndole que se tranquilizara. Debían saber alguna