El sexto amanecer desde que dejaron el Bastión de Ceniza trajo consigo un cielo turbio, sin sol ni lluvia. El grupo avanzaba a pie, en silencio, cubriendo terreno firme mientras la vegetación se volvía más densa, casi como un filtro natural que los alejaba del resto del mundo. Cada paso los acercaba más a los Valles de Nyr… y al tercer sello.
La piedra luminosa que el anciano druida había confiado a Adelia seguía latiendo suavemente en su mano, como una brújula arcana que pulsaba al ritmo de una energía dormida. No había duda: estaban cada vez más cerca.
—Kal —dijo Ethan en voz baja mientras observaban el horizonte cubierto de bruma—. ¿Crees que encontraremos los fragmentos dispersos? ¿O que nos enfrentaremos a guardianes como en el primer sello?
Kal asintió con gravedad.
—Recuerda lo que mi madre dejó escrito en los textos antiguos. Los sellos fueron fracturados a propósito cuando el Vacío comenzó a despertar por primera vez. No por debilidad… sino como una forma de protección.
—Una