Una noche, ya cerca de las colinas bajas que antecedían al Reino de Sangre, el grupo acampó en un antiguo santuario en ruinas. La luna brillaba intensamente y Drak, como ya era costumbre, se alejó en soledad. Caminó entre piedras talladas con lenguas olvidadas, y se sentó frente a una fuente seca.
—Te vi, pero no te conozco —susurró al viento—. No sé quién eres, pero cada parte de mí clama por ti.
Recordó el calor de su piel, la fuerza con la que había escapado, la dignidad en su mirada cuando lo enfrentó. No era solo deseo. Era respeto, era misterio, era algo que desafiaba siglos de control y poder. Drak no se enamoraba. No sabía cómo. Pero ahora...
El sonido de pasos lo hizo girar. Groven se aproximaba con la lentitud de una montaña que se desplaza. El titán lo observó en silencio antes de sentarse a su lado.
—Has estado distinto desde que la viste —dijo sin rodeos.
Drak no respondió de inmediato. Finalmente asintió.
—No entiendo lo que siento. No debería importarme, pero... no pued