Ser la niñera de la hija de un magnate multimillonario jamás estuvo en mis planes. Soy Luna, una mujer independiente, con una lengua afilada y cero paciencia para los hombres arrogantes en traje. Cuando me ofrecieron este trabajo, no tenía idea de que mi jefe sería Alexander Saint-Clair, el CEO más implacable del país, conocido por su frialdad y control absoluto sobre su vida… y sobre todo lo que toca. Él buscaba una niñera perfecta: sumisa, discreta y obediente. Yo soy todo lo contrario. Desde el primer momento, Alexander y yo chocamos como dinamita y fuego. Él me detesta por mi rebeldía; yo lo desprecio por su actitud de hombre de hielo. Pero su hija me adora y, aunque me cueste admitirlo, debajo de su fachada de CEO despiadado hay un hombre con heridas que nadie ha visto. El problema es que la tensión entre nosotros no solo es de odio. Es deseo. Es peligro. Es una guerra de voluntades que no sé cuánto tiempo podré resistir. Porque el magnate que juré desafiar podría terminar siendo el único hombre capaz de hacerme caer.
Leer másLuna
Si hay algo que me revienta en la vida, además de los hombres con complejo de superioridad y las reglas absurdas, es estar sin dinero.
Y en este momento, mi cuenta bancaria parece un páramo desolado.
Me gustaría decir que es la primera vez que estoy en esta situación, pero la realidad es que mi vida ha sido una montaña rusa desde que tengo memoria. Perdí la cuenta de las veces que tuve que salir adelante sola, de las veces que me caí y me levanté con los nudillos sangrando, lista para pelear otra vez. No me quejo, soy una sobreviviente, pero joder, a veces la vida podría darme un respiro.
Y no, no es que gaste en tonterías ni que sea una irresponsable. Es que los imprevistos me persiguen como si les debiera dinero. Literalmente.
—Mierda… —murmuro al ver la notificación de mi banco.
Saldo insuficiente.
Otra vez.
Aprieto los dientes y suelto un bufido mientras recorro las calles con el celular en la mano, buscando alguna oferta de trabajo. Llevo semanas enviando currículums sin éxito. He trabajado en mil cosas: mesera, recepcionista, dependienta, hasta en una librería donde terminé discutiendo con un cliente idiota que insistía en que Shakespeare escribía novelas. Pero no hay nada estable y, para ser sincera, tampoco tengo la paciencia para aguantar jefes pesados que creen que me pueden hablar como si fueran dueños del mundo.
Paso los anuncios de empleo con el ceño fruncido.
"Se busca asistente personal con disponibilidad total. Salario: no lo suficiente para venderle tu alma al diablo."
"Vacante en restaurante. Se requiere experiencia. Salario: el equivalente a una bolsa de papas y una mirada de lástima."
"Cuidado de niños. Se necesita paciencia, ternura y amor por los pequeños."
Pff. Paciencia no tengo mucha. Ternura… depende del día. Pero el amor por los niños no es problema. Me encantan, aunque en mi vida he aprendido que no siempre soy la mejor influencia.
Me detengo al leer la descripción completa.
"Se busca niñera para niña de cinco años. Tiempo completo. Se ofrece alojamiento, comida y un salario más que competitivo. Se requiere carácter firme, compromiso y discreción."
Mi corazón da un pequeño brinco.
"Salario más que competitivo."
Eso significa dinero.
Dinero que necesito desesperadamente.
Le doy clic al enlace y reviso la dirección. La entrevista es en un edificio en el centro de la ciudad, uno de esos rascacielos tan altos que parecen desafiar la gravedad. En cuanto veo la ubicación exacta, mis alarmas internas se encienden.
No es un trabajo cualquiera.
Esta dirección pertenece a uno de los sectores más exclusivos. Donde viven y trabajan los peces gordos. Donde se cierran negocios millonarios y la gente no pregunta cuánto cuesta algo porque simplemente lo compran.
Esto puede ser una gran oportunidad… o una trampa.
Pero cuando tienes el estómago vacío y las cuentas llamando a la puerta, no te pones quisquillosa.
—Vale —respiro hondo—. Acepto el reto.
Al día siguiente, me planto en el edificio vestida con mi mejor intento de formalidad. Un pantalón negro entallado, blusa blanca y el cabello recogido en una coleta alta. Me veo profesional, pero sin perder mi esencia.
Subo al piso indicado con el corazón latiendo fuerte. Cuando las puertas del ascensor se abren, me recibe una sala de espera elegante, con paredes de vidrio y una vista que parece sacada de una película. Varias mujeres están sentadas, esperando su turno, todas con el mismo aire de corrección y modales impecables.
Mujeres perfectas.
Mujeres que no tienen ni un solo cabello fuera de lugar.
Mujeres que podrían partirme en dos con una sola mirada de superioridad.
Genial.
Me acerco a la recepción y una mujer de rostro afilado me mira de arriba abajo con un gesto de desaprobación.
—¿Nombre?
—Luna Ferrer.
Ella asiente y anota algo en su libreta antes de indicarme con un gesto que tome asiento.
Miro a mi alrededor, incómoda. Sé que no encajo aquí.
Las demás candidatas ni siquiera me miran, como si no existiera. Están demasiado ocupadas manteniendo su postura perfecta y su expresión impasible.
A mí me tiemblan las piernas.
Pero respiro hondo y me obligo a recordar quién soy.
Soy Luna. La mujer que ha salido adelante contra todo pronóstico. La que no se deja pisotear.
Me enderezo y cruzo las piernas, esperando mi turno con la cabeza en alto.
Una a una, las candidatas van entrando y saliendo. Algunas salen con sonrisas, otras con expresiones neutrales. Pero ninguna parece particularmente afectada.
Hasta que llega mi turno.
La recepcionista me indica que pase y camino con paso firme hasta la oficina.
Cuando cruzo la puerta, me encuentro con un despacho enorme, con paredes de cristal y una vista impresionante de la ciudad. Pero lo que realmente me impacta no es el lujo del lugar, sino la mujer que me espera al otro lado del escritorio.
Es una señora elegante, de cabello recogido en un moño severo y ojos afilados que me analizan con precisión quirúrgica.
—Luna Ferrer, ¿verdad? —dice con voz firme.
—Sí.
—Siéntate.
Lo hago sin titubear, aunque su mirada me atraviesa como un escáner de aeropuerto.
—¿Experiencia con niños?
—He trabajado en guarderías y he cuidado de mis sobrinos.
Ella asiente lentamente.
—¿Tienes paciencia?
—Depende del niño.
La mujer levanta una ceja, sorprendida por mi sinceridad.
—¿Qué harías si la niña se niega a obedecerte?
—Negociaría con ella.
—No queremos que negocies. Queremos que obedezca.
Aprieto los labios.
—Entonces buscaría una forma de hacerle entender las reglas sin ser autoritaria.
La mujer me observa con interés.
—Eres diferente a las otras candidatas.
—Eso no siempre es algo bueno.
—No, no lo es —admite—. Pero puede que a mi empleador le interese.
Mi estómago se aprieta.
—¿Quién es su empleador?
La mujer me sostiene la mirada y, por alguna razón, siento que estoy a punto de entrar en un juego peligroso.
—Eso lo descubrirás si pasas la prueba.
Me quedo en silencio, asimilando sus palabras.
Algo me dice que este trabajo no será nada fácil.
Pero ya tomé una decisión.
Voy a pelear por él.
LunaOdiaba los tacones.Los vestidos largos.Las fiestas elegantes.Odiaba todo lo que tuviera que ver con eventos de gala y protocolos absurdos.Y sin embargo, ahí estaba.Metida en un vestido que costaba más que mi sueldo de tres meses.Con el cabello recogido en un peinado que me daba dolor de cabeza.Y con unos tacones que claramente habían sido diseñados por alguien con una sed insaciable de venganza contra la humanidad.Todo porque Mía me lo había pedido con esos ojitos de cachorro que me hacían imposible decirle que no.
AlexanderNunca nadie me había sacado tanto de quicio.Jamás.Pero Luna Martínez tenía un talento especial para desafiarme.La maldita se las ingeniaba para hacer exactamente lo que le pedía que no hiciera, y peor aún, lograba que Mía la viera como su heroína.Y ahora, después del desastre de la feria, después de que su pequeña travesura apareciera en cada maldita página de espectáculos, debería despedirla sin pensarlo.Debería querer borrarla de mi vida.Y sin embargo, no podía.Porque Mía…
LunaNo iba a mentir.Sabía perfectamente que lo que estaba a punto de hacer era una completa locura.Que Alexander se pondría furioso.Que probablemente intentaría despedirme.Pero cuando vi la forma en la que los ojos de Mía brillaron al ver los juegos de la feria desde la ventana del coche, no pude evitarlo.—¿Alguna vez has ido a una feria, princesa? —pregunté con fingida inocencia.Mía negó con la cabeza, sus rizos d
AlexanderLuna era un maldito problema.Uno que cada día se volvía más difícil de manejar.Lo supe desde el momento en que apareció en mi oficina con su actitud desafiante y esa maldita sonrisa burlona que me sacaba de quicio.Pero anoche…Anoche fue diferente.Entrar en esa habitación y verla con Mía entre sus brazos, susurrándole una canción mientras mi hija dormía plácidamente, había sido un golpe que no vi venir.Era la primera vez que veía a Mía así de… tranquila.Feliz.Segura.
LunaCuando acepté este trabajo, lo hice por el dinero.Ahora… ya no estaba tan segura.El problema no era Alexander Black, aunque me sacara de quicio con sus normas estrictas y su manera de actuar como si fuera el dueño del mundo.El problema era Mía.Esa niña se estaba metiendo bajo mi piel sin que me diera cuenta.Y en esa noche en particular, no pude hacer nada para evitarlo.Eran las dos de la mañana cuando escuché un ruido.Al principio, pens&ea
AlexanderNunca antes había conocido a alguien tan obstinada, tan irreverente y tan absolutamente incapaz de seguir instrucciones como Luna Martínez.Desde el momento en que puso un pie en mi casa, supe que sería un problema. Uno grande.Y no me equivoqué.Cada día, cada maldito día, encontraba una manera de desafiarme. De empujar los límites que establecí con tanta precisión para la educación de Mía.Le permitía correr cuando debía caminar. Le dejaba ensuciarse cuando debía permanecer impecable. Le enseñaba a reír fuerte cuando la disciplina requería silencio.Era una molestia.Pero más molesto aún era
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