El proyecto había sido una prueba desde el primer día.
Retrasos, cambios de último minuto, proveedores que fallaban, reuniones tensas. Más de una vez Valeria pensó que no lo lograría. Pero lo hizo. Paso a paso. Con noches sin dormir, con decisiones firmes, con la certeza de que, aunque dudara de sí misma, no podía rendirse.
Y Adrián estuvo ahí.
No como jefe dominante. No como el hombre que imponía reglas.
Estuvo como apoyo silencioso.
Corrigiendo detalles cuando nadie miraba.
Respaldando sus decisiones en reuniones clave.
Defendiéndola sin nombrarla.
El día en que el proyecto fue aprobado, la sala estalló en aplausos. No eran exagerados, pero sí sinceros. El tipo de aplauso que se da cuando algo realmente costó.
—Lo logramos —dijo alguien, levantando una copa.
La empresa decidió celebrarlo allí mismo, en la oficina. Nada ostentoso. Música suave, copas de vino, risas que liberaban meses de tensión acumulada.
Valeria sonreía, pero estaba cansada. Feliz… y vulnerable.
Adrián