—Alfa, la señorita Cadwell está bajando en estos momentos —el chofer informó.
Kael dio un largo suspiro, y se pasó la mano por la barbilla. No entendía el porqué estaba tan nervioso y su lobo inquieto. Incluso podía decirse que parecía un adolescente en su primer baile de primavera. Comenzó a mover su pierna izquierda, un síntoma de ansiedad que le hacía saltar el estuche de terciopelo negro que estaba sobre su rodilla.
La vio acercarse a la limusina, le dio gracias a la diosa por su genética lobuna. Ya que con la luz tenue de la calle no se perdió detalle de cada uno de sus pasos. Hasta que el chofer le abrió la puerta y entró.
«¡MÍA!», rugió Rau en su cabeza.
«¡Simplemente, hermosa!», replicó Kael.
Sin embargo, él frunció el ceño. Al notar su gesto, Astrea solo entornó los ojos.
—¿Qué? —enarcó una ceja y preguntó con un tono de desdén— ¿Todavía no estoy a la altura del futuro Alfa?
Él se aclaró la garganta, y negó con la cabeza.
—Estás preciosa, esta noche —respondió, luego hiz