Astrea no sabía que tanto cuchicheaban Kael y la dependienta de la tienda que la miraba de arriba hacia abajo, como si fuera un bicho raro. Sin embargo, aprovechó para llamar a su madre. Pero, enseguida que dio el primer repique, se arrepintió, resignada, cerró los ojos.
—Hola, cariño —la voz dulce de su madre la calmó, pero hablaba en susurros.
—¿Estás bien, mamá? —quiso saber inmediatamente.
—Sí, por supuesto…
—Entonces, ¿por qué susurras?
—¿Por qué será? —replicó su madre, y juró que casi la pudo ver entornando los ojos—. George no quiere que tenga contacto contigo, después de lo que hiciste —se hizo un largo silencio—. Todavía no puedo creer lo que hiciste.
«Creo que mejor le hubiera enviado un mensaje», pensó.
—¿Terminaste? —Astrea no tenía ganas de seguir escuchado sus reproches injustificados—. Solo espero que estés bien, y disculpa que te moleste, pero no sé a quién recurrir…
—¿Qué ocurre?
—Necesito mis medicinas…
Un gemido de miedo se escuchó al otro lado de la línea.