Liam.
Al llegar a la universidad, no pude evitar observar el lugar. Era, sin duda, una de las mejores universidades que había visto: imponente, lujosa, diseñada para hijos de millonarios y familias poderosas. Al bajarme del auto, cerré la puerta con cuidado y activé el seguro. Entonces empecé a caminar detrás de ella, manteniendo una distancia prudente, pero ella pronto se detuvo en seco y se giró hacia mí.
—¿Por qué me estás siguiendo? —preguntó, con el ceño fruncido.
—Porque es mi deber seguirla —respondí con firmeza.
—¿En verdad esto es necesario?
—Si quiere, puedo llamar a su marido… bueno, a su prometido… y le preguntamos.
Ella me miró con desdén.
—No es mi marido todavía.
—A su prometido entonces —insistí.
—Haz lo que quieras, garrapata —escupió la palabra con desprecio.
Rodé los ojos ante su infantil comentario y seguí tras ella mientras retomaba su camino por los pasillos impecables de aquel lugar. Las miradas de los estudiantes lo decían todo: ella era una de las reinas de es