NICOLÁS
Lo recuerdo con una claridad que a veces me asusta. El sonido seco de la puerta cerrándose tras de mí. La expresión herida de Camila. La forma en que sus ojos se llenaron de lágrimas y, al mismo tiempo, de una determinación feroz. Ese fue el momento en que todo se rompió. El momento en que la perdí. No cuando me fui del pueblo. No cuando empecé a salir con otras mujeres para llenar un vacío que nunca se llenó. No cuando decidí quedarme en la ciudad, fingiendo que lo tenía todo bajo control. No. La perdí ese día, con esa mirada. Y aunque pasaron los años, ese recuerdo sigue siendo la piedra que no puedo quitarme del zapato. Me tortura. Me pesa. Y, joder, me hace arrepentirme cada segundo de mi vida.
Ahora la tengo cerca. No como antes, claro. Está cerca en distancia, pero a años luz de mí emocionalmente. Y lo entiendo. Me odia, me teme, desconfía de mí. Tiene todas las razones del mundo para hacerlo. Pero eso no hace que mi deseo de enmendar las cosas desaparezca. Al contrario.