NICOLÁS
Nunca me había costado tanto mantener la compostura como esta noche.
Las luces del escenario ya estaban encendidas, el murmullo del público llenaba el salón y mis compañeros caminaban de un lado a otro, bromeando, haciendo como si todo fuera normal. Pero yo no podía pensar en otra cosa. No podía pensar en otra persona. Porque en cuanto la vi entrar, supe que la noche iba a ser un desastre para mi equilibrio emocional.
Camila.
Estaba ahí. De pie, junto a su hermana o una amiga —no lo pude distinguir bien desde mi lugar tras bambalinas—, vestida con un conjunto sencillo que aun así la hacía resplandecer como si tuviera luz propia.