Camila no me lo impidió.
Al contrario: tomó mi brazo con firmeza y me guió por los pasillos como si hubiera estado esperando que yo reaccionara.
—Rápido —susurró—. Está en el mismo edificio… solo que tú estabas arriba. Ella… abajo.
Bajamos una escalera estrecha de piedra. A medida que descendíamos, el aire se volvía más húmedo, más denso, más… podrido.
El sótano no era una instalación digna de la manada.
Era un agujero en la tierra. Un hueco excavado a prisa, apenas reforzado con vigas viejas y una puerta oxidada.
Cuando Camila abrió la puerta, el olor a sangre me golpeó como un puñetazo.
No pude contener el aliento.
¿Cómo se atrevían?
¿A ella?
¿Con qué derecho?
Entré casi tropezando.
Azura estaba en el suelo… encadenada a la pared.
Su cuerpo era un mapa de golpes: sangre seca, sangre fresca, heridas abiertas, moretones superpuestos. Su respiración era débil, irregular, casi inexistente.
—Azura… —mi voz se quebró apenas dije su nombre.
Pero no respondió.
Me arrodillé junto a ella. Mis