Era un día gris, típico de la ciudad cuando el otoño se deja sentir con su frescura.
Ángel caminaba hacia el pequeño café en la esquina de la calle, el mismo al que solía ir a reflexionar, a dejar que sus pensamientos se mezclaran con el aroma a café recién hecho.
Su mente seguía atrapada en las mismas rutinas, los mismos recuerdos, la misma espera, Pero ese día, algo diferente sucedió.
Al entrar al local, una figura familiar le hizo detenerse por un momento, como si el tiempo se hubiera detenido para permitirle ver un rostro de su pasado.
Mariana una antigua amiga, alguien con quien había compartido muchas tardes de charlas interminables durante su juventud.
No era Coromoto, pero aún así, al verla sintió una punzada en el pecho.
Los años no habían sido crueles con ella; al contrario, se veía radiante, como si el tiempo no hubiera pasado. Pero no era la mujer que él ansiaba ver, no era el rostro que se paseaba en sus recuerdos, ese que lo mantenía atrapado en su propio corazón.
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