- ¡Bebe! - Me puso la taza en la boca.
Abrí la boca y sentí el sabor del café caliente y salado bajar por mi garganta, dándome ganas de vomitar.
- ¡Te lo vas a beber todo, cabrón! Quieres jugar, ¿no?
- Fue un accidente... - Intenté justificarme mientras me vertía el líquido sobre los labios, la alta temperatura me hacía recordar algo que hacía tiempo había encerrado en un lugar bien oculto de mi alma.
Dejé caer mi cuerpo, sin fuerzas. Pero yo no estaba allí, con Gabe. Me retrotraje a cuando tenía ocho años, cuando intentaba cocinar en una olla que era casi más grande que yo, porque siempre había sido pequeña y delgada, tal vez porque no comía suficientes alimentos sanos y nutrientes.
Mamá salía a trabajar y me dejaba en casa de aquella mujer, donde otras personas dejaban a sus hijos para ir a sus trabajos. No tenía ni idea de si todos esos niños eran también hijos de prostitutas. Pero yo era la mayor. Y la dueña de la casa recibía a los hombres y los llevaba a su habitación, obligándo