CAPÍTULO 54: LA ANFITRIONA INVISIBLE
Sonya
Reconozco a mi hijo en tres señales: la agenda que empieza a tener huecos, las llamadas que evita y ese aire de hombre que cree estar a salvo cuando en realidad está tomando carrera para estrellarse. No necesito imaginar nada.
Llamo temprano a mi contacto.
—¿Ya desalojaron a la inquilina? —pregunto al casero del edificio recién adquirido.
—Sí, señora —responde. Vacila un segundo y suelta el dato que no buscaba, pero agradezco—: aunque… se fue con un hombre… guapo, con pinta de dinero.
Levanto una ceja.
—Gracias, eso es todo.
Cuelgo, pero no pierdo el tiempo ofendiéndome. De estúpida no tengo un dedo, soy práctica. Marco a mi investigador que me debe algunos cuantos resultados rápidos y sin rastro.
—Quiero que averigües dónde está viviendo esa zarrapastrosa —ordeno—, también su nuevo trabajo si es que tiene.
—Como ordene, mi señora.
El hombre cuelga y yo solo suelto un suspiro largo y cansado. Proteger el legado del apellido Hastings no ha sid