CAPÍTULO 47: SER FELIZ POR UNA NOCHE
Jacob
Llamo a Teresa en cuanto salgo del estacionamiento del hospital. Todavía tengo el olor a yodo metido en la ropa y el pulso en aceleración como si hubiera corrido un maratón en silencio.
—Jacob —contesta, cansada—. Robert está estable.
—Lo sé. Escuché al cirujano. Y… gracias por cuidarlos.
No digo “a todos”, pero ella entiende que hablo de los niños y de Elena. Me paso la mano por la nuca. La piel me arde, como si la ansiedad fuera una fiebre.
—Necesito verla.
—No —responde con una rapidez que no me sorprende—. Déjala respirar. Hoy por fin puede hacerlo.
Cierro los ojos. La imagen que me asalta es la de Elena, con harina en las manos, la frente despejada y esa expresión concentrada que la vuelve peligrosa para cualquiera que crea que puede subestimarla.
—No me pidas que me quede quieto —digo—. No después de todo.
—Precisamente por todo, Jacob. No voy a decirte que está en el bar La Azotea y que planea llegar a las siete… —se calla, como si mid