Me quedé inmóvil en medio del ático, respirando hondo. El aire olía a limpio, a lejía y a algo más… algo que no lograba identificar. Entonces, hice lo que cualquier buena mucama haría: me puse los guantes.
Limpiar inodoros podía ser aburrido, pero era mil veces mejor que rociar brillo en el pecho de una bailarina antes de un show. Al menos aquí no tenía que fingir sonrisas. Esto era mi boleto de ida, mi escape del mundo de Alan. Isabella Montalvo, la criada del ático de lujo. Un mes. Eso era todo lo que llevaba trabajando aquí, pero ya me sentía como una intrusa en un escenario vacío. El lugar nunca estaba realmente sucio: una corbata olvidada aquí, una taza en el fregadero allá, revistas esparcidas con crucigramas a medio resolver… Pero nunca, nunca, había visto al dueño. Si no fuera por la ropa sucia que aparecía mágicamente en el cesto del baño cada semana, habría jurado que trabajaba para fantasmas. Y luego estaba '"esa habitación". La puerta siempre cerrada, la que mi contrato de confidencialidad me prohibía tocar. Mi imaginación volaba: ¿un asesino en serie? ¿Un coleccionista de rarezas macabras? ¿O quizá un doctor excéntrico al estilo *Mr. J*, recolectando partes del cuerpo como trofeos? —Tal vez solo es un maniático de la limpieza con fetiches raros —murmuré, ajustando mis auriculares. La música de BTS estalló en mis oídos, el ritmo contagioso de "Permission to Dance" llenando el silencio. "Don't need to talk the talk, just walk the walk tonight…" Canturreé bajito mientras doblaba las camisas recién planchadas, perdida en mi mundo. Hasta que… Hasta que me di la vuelta. Y los vi. Dos hombres—no, dos "dioses"—enredados en un abrazo ardiente. Uno, de cabello castaño y piel dorada; el otro, de pelo negro azabache y ojos que brillaban como el cielo antes de una tormenta. Más de un metro ochenta de músculos definidos, torsos desnudos, labios pegados como si el aire del otro fuera su único oxígeno. "Da na na na na na na…" La música seguía sonando, pero mi corazón latía más fuerte que la batería de la canción. El de pelo oscuro deslizó una mano dentro del pantalón del otro, sacando una polla gruesa y erecta. Dios mío. El castaño gimió, arqueándose, mientras su amante le lamía el cuello con una devoción que me hizo sentir como una voyeurista. — Ah… —El sonido escapó de mis labios sin permiso. M****a. Los ojos azules del moreno se clavaron en mí. Furiosos. Desafiantes. El castaño, en cambio, solo sonrió, como si mi presencia fuera parte del juego. — ¡Lo siento! —grité, saliendo disparada hacia las escaleras. El ascensor parecía demasiado lento, y mi cuerpo, demasiado caliente. Cada latido de mi corazón repetía la imagen: sus manos, sus bocas, el gemido ahogado del castaño cuando su amante le chupó la punta como si fuera helado derritiéndose al sol. — Cristo… —Me apoyé contra la pared del elevador, tratando de recuperar el aliento. Pero cuando llegué abajo, me di cuenta de dos cosas: 1. Todavía tenía una camisa ajena en las manos. 2. Había olvidado mi cartera. — ¿En serio, Isabella? —susurré, frustrada. No podía irme sin mis llaves. Tendría que volver. —Señora Montalvo —llamó el guardia de seguridad—. El señor Emer dijo que suba. Olvidó algo. Emer. Así que "ese " era su nombre. El del cabello oscuro. El que me miró como si pudiera incinerarme con solo un gesto. —Gracias —murmuré, entrando de nuevo al ascensor. ¿Seguiría teniendo trabajo después de esto? Probablemente. Después de todo, era su casa. Pero ahora, una pregunta quemaba en mi mente: ¿Cuál era el verdadero secreto del ático? El ascensor se abrió con un ding, pero mi cabeza seguía martilleándome. "Maldita migraña." Tenía que hacer gala de presencia en esta situación —Error, acceso denegado—parpadeó la pantalla del teclado. Justo cuando el pánico empezaba a ahogarme, la puerta se abrió. Y allí estaba él. Despeinado, con la camisa entreabierta y los ojos verdes brillando como esmeraldas bajo la luz tenue. Su torso, marcado por tatuajes que gritaban historias prohibidas—un reloj de arena en el cuello, un dragón en el costado—me hipnotizó. —Hola, señorita Montalvo—su acento británico era una caricia oscura. —Usted también me miró —soltó, maldiciendo mi maldita costumbre de contestar. Owen sonrió, lento, como un tigre saboreando su presa. —Touché, querida ¿Vas a entrar o prefieres seguir admirando la vista? Entré, sintiendo cómo el aire se espesaba a su alrededor. En la ventana, Jacob estaba de pie, impecable en su traje, los ojos azules clavados en su teléfono. —Sí, Nick. Lo leeré. Y dile a Odalis que lo haremos otra vez —colgó y alzó la mirada hacia mí, fría como el acero—. ¿Tú eres la mucama? —Sí. —¿Cuánto tiempo te toma limpiar este lugar? Isabella alzó una ceja por la pregunta , como si su respuesta fuera lo único que evitara que me lanzara por la ventana. Sabía que no debía que debía controlar su temperamento pero su cabeza martillaba. Olvido momentáneamente lo que le había dicho a Mary y contestó de llenó. No le gustaba el tono superior que estaba teniendo hacia ella, menos cuando hacia solo minutos que había visto una de las escenas caliente de su vida siendo este bombón uno de los protagonistas. —¿Hay algún nombre con el que pueda dirigirme a ustedes? —crucé los brazos—. ¿O solo "jefe" funciona? Jacob arqueó una ceja. Owen soltó una risa baja, como si disfrutara cada segundo de mi incomodidad. Y de qué fuera tan contestona —¿No sabes quién soy? —Jacob se acercó, su presencia dominante llenando el espacio entre nosotros. —¿Debería? —Soy Jacob Eme. El nombre me sonó, pero no logré ubicarlo… hasta que Owen encendió la pantalla. En las noticias, Jacob aparecía impecable, con un traje que costaba más que mi salario anual. —…el escándalo del Gobernador del estado de Virginia ha llevado a una investigación federal… —Apaga esa m****a —Jacob arrebató el control. Owen, en cambio, se inclinó hacia mí, su voz un susurro provocador. —Si prefieres, puedes llamarme " Jefe". Me gusta cómo lo dices. Sentí un escalofrío. ¿Esto es coqueteo o una trampa? —El británico aquí es Owen —dijo Jacob, señalándolo con una sonrisa fría—. Chef ejecutivo de The Owen’s —¿El lugar que cobra trescientos dólares por persona? —escapó de mis labios antes de poder detenerme Jacob giró la cabeza lentamente, sus ojos azules helados. Owen, en cambio, se rió. —Exactamente. Cuanto más alto el precio, más lo desean —susurró, acercándose—. Aunque ayuda que sea un maldito genio en la cocina. —No seas modesto —murmuró Jacob, recogiendo un documento—. No te queda. Owen se encogió de hombros, su mirada clavada en mí. —Bien, amor, si alguna vez comes en mi restaurante, te haré venir con cada bocado. El aire se me atascó en la garganta. No había equivocación estaba coqueteando conmigo... Calor mucho calor... Rayos y no me puedo abanicar, eso no le borraria la sonrisa del su hermoso pero estúpido rostro. Jacob interrumpió, extendiendo el contrato de confidencialidad. —Esto no es un juego. Si hablas de lo que viste hoy, será el último error que cometas. ¿Queda claro? Su voz era tranquila, pero el peligro latía bajo cada palabra. —Sé mantener la boca cerrada —respondí, desafiante. —Bien. Lárgate. Al salir, mi mente ardía. Owen y Jacob eran fuego y hielo, y no sabía cuál de los dos me consumiría primero. ************************************************** En cuanto la puerta se cerró, Jacob se volvió hacia Owen. —¿Qué demonios fue eso? —¿El qué? —Owen se dejó caer en el sofá, desafiante. —No juegues. La estabas devorando con la mirada. —¿Celoso? —Owen se acercó, rozando los labios de Jacob sin llegar a besarlo—. No mientas. La deseas tanto como yo. Jacob apretó la mandíbula. Era verdad. Pero también lo era el miedo, su relación era complicada Owen lo sabía ahora aparecía ella... —No es solo deseo —Owen deslizó una mano bajo la camisa de Jacob, sintiendo el corazón acelerado—. Es que "te gusta" que ella nos mire. Que sepa que eres mío. Rayos Jacob mi tú pequeña reacción cuando te llamo "Jefe". Ella no se dio cuenta pero yo si... Te gustó y te gustó mucho... Jacob lo empujó contra la pared. —Cállate. —Hazme —Owen le mordió el labio inferior—. O mejor… fóllame como si ella estuviera viendo. Jacob lo giró bruscamente, aplastándolo contra el vidrio de la ventana. —Maldito seas. —Ya lo sabías —Owen sonrió, mirando el reflejo de ellos, Así que decidió ser algo perverso, mientras le susurraba — Ella está al otro lado de la puerta aún ... Haciendo que su hombre soltará un gemido, mientras lo deboraba todo encendido.