—¿Sigues aquí? —dijo Alan cuando entré al club casi vacío.
—¡Claro que estoy aquí! Ayer dijiste que hablaríamos sobre mi aumento. ¿Creíste que iba a olvidar el asunto como otras veces? —Avancé hacia la barra, dejando mi bolso sobre el mostrador de vidrio antes de sentarme con firmeza—. Así que hablemos.
—Isabella...
—¡No me digas Isabella, Alan! Me lo prometiste...
—¿Lo tienes por escrito? —Sonrió con suficiencia, pero lo fulminé con la mirada—. Bella, no hay fondos...
—¡Mentira! —grité, golpeando el mostrador—. ¿Por qué me haces esto? ¡Somos familia! Solo quiero un aumento de doscientos pavos, Alan no comiences a dar vueltas. Sabes que siempre me he partido el lomo para que no nos faltara nada, ¡y ahora necesito que tú me ayudes!
—¡No hay dinero! ¡Se fue! ¡Lo perdí! —espetó, y en el instante en que las palabras salieron de su boca, supe que se arrepentía. Evitaba mi mirada, refugiándose detrás de la barra como si limpiar el mostrador pudiera salvarlo. Lo conocía demasiado bien.
—Alan... ¿qué quieres decir con que lo perdiste?
Silencio. En lugar de responder, arrojó la toalla al suelo, pasándose las manos por esos rizos desordenados que siempre llevaba. Salió de detrás de la barra y se sentó en una de las sillas que estaban cerca de donde ella estaba sentada
—Invertí en algo...— dijo en voz baja, mientras tomaba una de las cáscaras de maní que estaba esparcidas en la barra y se ponía a jugar con ellas nerviosamente.
—¡Deja de mentirme! —corté, clavándole los ojos mientras le sacaba la cáscaras de maní de las manos—. ¿Cómo carajos perdiste todo?
—¿Nunca te preguntaste cómo pude abrir este club con solo veintipocos años? —preguntó, desviando el tema—. Cuando tú te matabas en tres trabajos y yo... insistías en que estudiara.
—No.—Porque en el fondo, siempre lo supe. No quería enfrentar la realidad: que mi hermanito se había metido en negocios turbios.Con el tiempo, había visto suficiente m****a en el *Rabbit* como para aprender a no husmear donde no debía. Pero Alan, maldita sea, era mi problema. Así que respiré hondo—. Dime. ¿Qué pasó?
—Hace tres años... hice un trato con Arón.
—¡Joder, Alan! —El solo nombre me heló la sangre. No lo conocía, pero su nombre resonaba en cada esquina de la ciudad.Era el tipo que movía toda la droga en esta zona, la sombra que te aplastaba si te atrevías a cruzarte en su camino. Punto final.—¿Cuál fue el trato?
—Bella, yo...
—Déjame adivinar —interrumpí, con un humor negro que ni yo misma reconocía— Le dejaste usar el club para lavar dinero, y él te dio un "préstamo" para empezar a implementar tus locas ideas para atraer la atención de los hombres y así aumentar la clientela del club¿Y luego? ¿Perdiste su plata?
—¿Cómo...?
—¡No soy idiota, pero tú sí! Ahora entiendo porque no te preocupabas cuando habían más perdidas que ganancias hasta casi estar en números rojos... —Mi cabeza ardía, la rabia nublándome la vista—. ¿Cuánto?
—Mucho.
—Números, Alan. ¡Dame números!
—Quinientos.
—¿Quinientos?
—Quinientos mil.
Mi mandíbula cayó al suelo. Literalmente. No sentía mi cara, como si mi alma se hubiera evaporado. No podía creer que mi hermano pudiese llegar a ser tan estúpido.
—Repítelo.
—Quinientos mil...
—¿Cómo m****a es posible?
—También tenía productos aquí.
No quería saber pero aún así pregunte.
Asentí mecánicamente, agarrándome al bolso como ancla para no derrumbarme.
—Bueno, Alan... gracias por la confesión. —Me levanté, la voz temblándome de furia contenida—. Te he sacado de tanta m****a a lo largo de los años, pensé que la adolescencia había sido un infierno pero esto lo supera con creces... Te dije que estudiaras, pero no. Querías tu club nudista. Y ahora, ¡te metes en un lío de muerte y esperas que me trague el golpe? Pues no. Renuncio. Ahora mismo.
—Ya estás metida hasta el cuello—murmuró, cuando me alejaba.
—¿Qué?
—Te puse como copropietaria.
—¿Cómo? —El mundo se detuvo.
Asintió, pálido. Conocía bien mi temperamento y sabía que podía explotar.
—Cuando abrí el local... te puse en los papeles. Por si me pasaba algo. Eres mi única familia...
Y entonces, vi rojo, no en sentido figurado sino que vi así... una furia ciega me invadió, lo único que quería hacer era destrozarlo. Me abalancé sobre él, giré el puño y le planté un golpe en la cara que lo mandó directo al suelo.
—¡JODER, ISABELLA!—aulló, sujetándose la nariz sangrante. Pero no fue suficiente. Le di una patada en el costado, luego otra, descargando años de frustración en cada impacto.
—¡Bella! ¡Para! —gritó, arrastrándose. Pero yo ya no escuchaba, solo pensaba en machacarlo y con cada golpe que daba mi furia aumentaba y solo quería seguir golpeándolo con más fuerza.
Hasta que Tomas, el de seguridad, me agarró y me apartó a la fuerza.
—¡Suéltame! ¡Lo voy a matar! —forcejeé, escupiendo las palabras—. ¡Me mintió por años! ¡Me explotó como empleada miserable y ahora me endosa una deuda de medio millón! ¿¡EN SERIO!?
—Isabella, respira —ordenó Tomas, sujetándome firme—. Inspira... exhala.
Lo hice. Como un toro enfurecido, pero lo hice. Y aunque el aire no calmó del todo el fuego dentro de mí, al menos no lo estrangulé ahí mismo por muchas ganas que tuviera de hacerlo picadillo sabía que tenía que tener la cabeza fría.
—Estoy bien —mentí, sacudiéndome. Quería que Tomás me soltará y mientras no me calmara me tendría agarrada, limitando mis movimientos. Algo que no quería, tenía que moverme
—¿Segura?
—Sí. Gracias.
—Isabella... —Alan se acercó, la camisa a rayas manchada de sangre.
—No quiero oírte—corté en seco, señalándolo con un dedo tembloroso—. Arregla esto. Sácanos, no, mejor dicho sacame de este lío, o juro que si él no te mata... lo haré yo. ¿Entendido?Alan fui lo suficientemente clara contigo está vez.
—Entendido.
Asentí, agarré mis cosas y me dirigí a la puerta. Pero me detuve. Me volví, con una sonrisa fría.
—Ah, y renuncio. ¿Escuchaste? ¡RENUNCIO! A partir de ahora estás solo ... No me llames, no me busques para tí yo no éxito más.