Marina
Espiar a Renata no ha sido tan sencillo como en un principio creí que sería.
Estoy en la cocina, sentada en una de las sillas con una taza de café en las manos, observando el vapor subir lentamente mientras repaso mentalmente lo poco que he logrado averiguar sobre Renata en los últimos días.
La mujer es escurridiza. Es que parece que últimamente es más importante que el mismísimo presidente. Siempre tiene una excusa perfecta, un plan social, una comida con amigas en el club, lo que sea.
De hecho, cualquiera que la viera pensaría que es una mujer soltera de no ser por la enorme piedra que llena en el dedo.
Y es ahí cuando las cosas dejan de encajar. Se ha visto menos apegada a Salvador de lo que parecía al principio.
Antes era un chinche, una lagarta tirando veneno al lado de su lagarto, pero ahora, aunque sigue marcando territorio, ya no parece tener la misma necesidad de estar a su lado a todo momento.
Algo en su actitud me hace sospechar.
El teléfono suena sobre la mesa sob