Marina
La mañana siguiente cuando Salvador se va para la empresa, me encargo de buscar algo que hacer en mi día, más específicamente para no pensar en lo que debe estar pasando ahora mismo Salvador.
Es que solo pensar que Arthur Montenegro va a caminar por sus pasillos de la emrpresa como si le pertenecieran me da ganas de romper algo.
Camino por el salón con los brazos cruzados, inquieta. Sé que no puedo ir. Sé que no debo. Sería como invitar a una explosión, y no quiero arruinar todo lo que Salvador ha construido hasta ahora. Él me lo pidió. Me miró con esa mezcla de amor y preocupación, y me dijo que confiara, que por favor me mantuviera al margen de ese encuentro.
Así que aquí estoy, conteniendo las ganas de aparecer allá y decirle al viejo todo lo que pienso de él.
Un mensaje en mi celular interrumpe mis pensamientos. Es de Salvador.
“Todo en orden. Te escribo en cuanto pueda. Te extraño.”
Sonrío como una idiota. Me recuesto sobre el respaldo del sofá, abrazando el teléfono. Qui