Enzo
El salón es un cadáver destrozado, un eco de la furia que se desató hace apenas una hora.
Las astillas de la mesa rota crujen bajo mis hermosos zapatos, los candelabros yacen torcidos en el suelo, y las cortinas cuelgan como jirones de piel. Me siento en la única silla que sigue en pie, su madera fría contra mi espalda, mis manos descansando en los reposabrazos como si esto fuera un trono y no una ruina. Frente a mí, Thorne está de pie, su figura imponente, un lobo a punto de morder. Sus ojos arden, exigiendo una explicación, una maldita razón que justifique por qué herí a la pareja de sus hijos. Pero mi mente no está aquí, no con él, no con este salón destripado. Está atrapada en las imágenes que vi cuando Lois tocó la piedra de mi collar, un destello de destino que me quema por dentro.
Era yo… muerto. Mi cuerpo descuartizado, mi pecho abierto, mi poder disuelto en la nada. Y quien sostenía mi corazón aún latiendo era Aidan. Ese maldito vampiro, ese error de la naturaleza, se al