Noah permaneció en silencio, analizando lo que acababa de oír.
—Interesante…—pensó— el príncipe azul tiene barro en los zapatos. No voy a decírselo todavía… Mejor dejar que la imagen perfecta se agriete sola.
Escucho a Emilio lavarse las manos, lo vio por la rendija de la puerta al salir.
Varias ideas cruzaron su mente. Podía usarlo como un golpe certero a su orgullo para quebrar esa imagen altiva que tenía de él. Tal vez sembrar la duda y observar cómo se derrumbaba su seguridad. O, mejor aún, convertirlo en una deuda personal que ella no pudiera ignorar.
Se lavó las manos con calma. Al abrir la puerta del baño, Noah giró en el pasillo… y ahí estaba Valeria.
Ella venía distraída, revisando algo en su teléfono, y no lo vio hasta que chocó con él. El impulso la hizo perder un poco el equilibrio y Noah, por instinto, la tomó del brazo para sostenerla.
Fue entonces cuando se dio cuenta que, desde que la conocía, jamás la había tocado. Ni siquiera un apretón de manos. Nada. Y ahora la te