La oficina de Ruiz olía a café recalentado y papel impreso. Valeria estaba sentada frente al escritorio, con los nudillos blancos de apretar los brazos de la silla. En la pantalla de la computadora, el artículo seguía abierto: "Testigo anónimo vincula a Strozzi con confesión de fraudes en México".
—Es mentira. —Su voz salió más aguda de lo que pretendía—. Todo es mentira.
Ruiz estaba al teléfono, con el auricular presionado contra el hombro mientras tecleaba rápidamente.
—Entiendo... Sí, necesito el nombre... No me importa si es confidencial, tiene vínculos con el caso... Gracias.
Colgó y miró a Valeria.
—Javier Mora está rastreando al testigo. Le ha llevado tiempo, pero creo que ya lo tiene.
Valeria asintió, sintiendo cómo el pulso le martillaba en las sienes. La rabia era un animal vivo en su pecho, cálida y asfixiante.
"Quieren destruirlo. Quieren que se rinda."
No iba a permitirlo.
Dos horas después, Javier Mora entró a la oficina con una carpeta manila bajo el brazo. Cincuenta y