Álex presionó más fuerte, luchando desesperadamente por salvar al niño cuya vida colgaba del hilo más delgado.
El sudor surcaba su rostro mientras susurraba palabras de aliento. —Quédate conmigo, niño. Eres más fuerte que esto.
El guardaespaldas clavó el arma directamente en la sien de Álex. —Doctor, le advertí—cure a nuestra señora primero, o se acabó para usted.
Álex no se inmutó. Su voz salió fría y feroz.
—Apriete el gatillo, y su preciosa señora puede buscarse otro doctor. No voy a abandonar a este niño.
Álex desgarró la camisa del niño, revelando una herida horrible.
La sangre había disminuido pero aún goteaba, oscureciendo el asfalto. Los respiros del niño llegaban en jadeos superficiales.
Álex metió la mano en su bolsillo, sacando las píldoras milagrosas.
Con mano firme, gentilmente puso una en la boca del niño.
—Aguanta. Vas a lograrlo.
La madre del niño observaba impotente, las lágrimas inundando sus mejillas, su voz temblando con oración.
—Oh Dios, por favor perdona a mi hij