El Estado de Colombia, bajo el mando del Gobernador Pablo Falcao, estaba en una videoconferencia en vivo con otros seis gobernadores estatales.
—Cuatro nuevos gobernadores en solo un año: Vancouver, Los Ángeles, Chicago y París... increíble —murmuró Pablo, su voz cargada de desprecio.
—Deben haber sido elegidos a dedo por el propio rey —agregó, inclinándose hacia adelante.
—Nosotros, la vieja guardia, no podemos quedarnos sentados viendo cómo ese chiquillo hace lo que se le antoja. Si no actuamos ahora, también nos van a reemplazar.
—¡No podemos permitir que ese rey estúpido y sin cerebro, que se pasa persiguiendo mujeres, lleve a este país a la ruina!
Uno de los gobernadores alzó una ceja.
—Pablo, ¿no crees que el nuevo rey es mejor que el anterior?
—¡Es demasiado joven para ser nuestro rey, y demasiado tonto! —espetó Pablo.
Su palma se estrelló contra la mesa con un crack que resonó por toda la llamada.
—Si nos prohíbe fabricar armas, ¿de dónde carajo van a salir nuestras ganancias?