José saltó de su silla en el instante en que escuchó el rugido de un auto acelerando por la calle.
—Es el auto de William.
Corrió a la puerta trasera, esperando encontrar a Josefina, pero todo lo que lo saludó fue una pila de basura que ella estaba a punto de tirar.
Su estómago se desplomó.
—Ese maldito bastardo! ¡Se la llevó! —la rabia hizo temblar su voz.
Irrumpió en la casa, dirigiéndose directo a las llaves de su camioneta.
—¿A dónde vas? —preguntó Lucía, alarma destellando en sus ojos.
—William secuestró a Josefina. Ese bastardo se pasó de la raya.
—No seas muy duro con él —advirtió Lucía suavemente.
José se volteó hacia ella, ojos ardiendo.
—¡Esto es culpa tuya! —rugió José.
—Tú lo consentiste, lo mimaste, lo protegiste de cada consecuencia. Mira lo que has creado: no es un hombre, ¡es un monstruo! Te advertí: un día te va a matar, ¡y nos va a arrastrar a todos con él!
Jaló el cajón, sacó su pistola, y llenó el cilindro de balas, sus manos temblando de rabia.
—Ya terminé de limpi