Capítulo 8 – El Precio del Vacío
La bandeja de entrada de Adrián Castell parpadeó con una notificación nueva justo cuando el reloj del sistema marcaba las 18:26. Llevaba horas encerrado en su oficina acristalada del piso veintitrés. No había hablado con nadie en todo el día. Las luces automáticas estaban apagadas, a excepción del brillo opaco del monitor y el parpadeo débil de una lámpara de escritorio que amenazaba con fundirse.
Frente a él se extendía un campo de batalla: carpetas abiertas, informes financieros, gráficas que caían con la violencia de cuchillas, simulaciones que pronosticaban, con una frialdad quirúrgica, la muerte lenta de su proyecto más ambicioso.
Sus dedos, entumecidos por el frío y la tensión, apenas sostenían el lápiz con el que había hecho anotaciones durante toda la jornada. La camisa azul claro tenía las mangas arremangadas, los codos marcados por el esfuerzo. La chaqueta del traje colgaba desde temprano en el respaldo de una silla que ya no le pertenecía.
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