CAPÍTULO — CUANDO EL AMOR TAMBIÉN ES GUERRA
No fue ella quien volvió sola a su departamento aquella noche, y tampoco fue él quien se despidió en la puerta como si ese fuera un gesto inevitable. No hubo frases hechas, ni promesas teatrales, ni silencios incómodos que exigieran explicaciones. Simplemente se fueron juntos, como dos personas que no necesitaron ponerse de acuerdo porque, sin decirlo, ya lo estaban.
Ayden no soltó la mano de Milagros en todo el trayecto. Ni cuando entraron al ascensor, ni cuando subieron mirando en silencio cómo las luces de los pisos pasaban una tras otra, como si el mundo siguiera en movimiento mientras ellos se quedaban quietos por primera vez en mucho tiempo. Tampoco la soltó cuando llegaron al departamento de ella y cerraron la puerta detrás suyo, como si ese simple gesto fuera suficiente para clausurar una etapa entera de sus vidas y abrir otra sin retorno.
Milagros dejó las llaves sobre la mesa con el mismo gesto de siempre, pero aquella noche hast