CAPÍTULO — “MADRID, EL PADRE… Y EL PRIMER TEMBLOR”
El avión tocó tierra con un sacudón seco, casi brusco, que despertó a medio pasaje.
Milagros abrió los ojos despacio, sintiendo el peso del mundo en el pecho.
Ayden seguía con la cabeza recostada en su hombro, respirando tranquilo, con ese gesto de niño grande que la desarmaba más de lo que quería admitir.
No tuvo valor para moverlo.
Ni ganas de hacerlo.
Ni fuerza para alejarlo.
Él despertó justo antes del aterrizaje, pidió disculpas con esa voz ronca que la dejaba sin aire, y ella respondió:
—Está bien.
Pero no estaba “bien”.
Estaba desconcertada por todo lo que estaba sintiendo.
Había un cambio.
Una grieta.
Algo que Ayden había movido sin darse cuenta.
Y mientras bajaban por el túnel del aeropuerto de Barajas, Milagros sintió que la vida estaba por ponerlos frente a la prueba más brutal.
Su padre.
Martín Saavedra.
El único hombre que jamás perdonó a Ayden Castell.
El que decía que Ayden era “el ter