CAPÍTULO — “EL ABUELO FELIZ, EL NIETO ATÓNITO Y LA ABOGADA ACORRALADA”
La noticia corrió más rápido que un incendio en pleno verano.
La rueda de prensa que Milagros improvisó —esa que dio sin pensarlo demasiado, con el corazón en llamas y la razón desconectada— llegó a los oídos de Fabián Castell antes de que el café de la mañana se enfriara.
Y cuando el viejo Fabián vio el video, sentado en su sillón preferido, acompañado por Isabel, su mujer desde hacía más de sesenta años… explotó.
Literalmente.
Se levantó de un salto que sus huesos hacía años no le regalaban, se llevó ambas manos a la cabeza y terminó riéndose con una euforia tan contagiosa que hasta las cortinas parecieron moverse al compás.
—¡ISABEL! —gritó con un entusiasmo desbordado—. ¡ISABEL, POR FIN! ¡POR FIN, MUJER! ¡SE NOS DIO! ¡AHORA SÍ ME PUEDO MORIR TRANQUILO!
Isabel lo miró por encima de los lentes, con esa mezcla de paciencia y amor que solo se construye después de toda una vida juntos.
—No digas esas