CAPÍTULO — “LA MAÑANA DESPUÉS: VERDADES QUE ARDEN”
La mañana se sintió más fría de lo habitual cuando Adrián Castell empujó la puerta giratoria de Castell Group.
Había dormido poco.
Muy poco.
La noche anterior se la pasó sentado junto a su hijo en el sillón del living, con Sofía trayendo tazas de té y pasando la mano por los rizos rubios de Ayden, que no había dicho una palabra durante horas.
Ayden no hacía nada ,casi no habló.
No se defendió.
Solo se quedó ahí, con las manos entre el cabello, repitiendo una frase que a Adrián le partió el alma:
—No hice nada, papá… no hice nada esta vez…
Así que a esa hora —temprano, demasiado temprano incluso para Adrián—, los dos estaban en la empresa porque la vida debía continuar, aunque el mundo digital se estuviera prendido fuego.
Ayden caminaba detrás de él, pálido, con ojeras profundas, camisa arrugada y un silencio denso, pesado.
Un hombre de 26 años abatido por algo que no merecía.
Al llegar al piso ejecutivo, Adrián