Capítulo — Gracias por tu fortaleza
La madrugada ya estaba avanzada cuando Guillermo llegó con Julia al apartamento de Lili. Venía agotado, con los ojos rojos, pero con el alma más ligera porque, al fin, su hija estaba segura. Julia, abrazada a su unicornio de peluche, se acomodó enseguida en el sillón, como si supiera que ese lugar era un refugio.
Lili, recostada en su cama con la pierna extendida, lo miró entrar. Tenía los ojos húmedos, aunque sonreía con dulzura. Guillermo se acercó, tomó su mano y, con la voz quebrada, dijo:
—No tengo palabras, Lili… No sé cómo agradecerte. Si Julia confió en vos, si se animó a escribirte, fue porque vos le diste algo que ni yo supe darle en este momento: calma, bondad, confianza. Yo estaba destrozado, Lili… y vos, en silencio, hiciste más que todos. Me salvaste.
Lili apretó su mano con ternura.
—Amor, yo solo estuve acá, quieta, esperando. La que confió fue tu hija. Pero sí sé algo: si ella confió en mí fue porque te ama. Porque vio en m