Capítulo 16. Ángeles.
“… En esos meses, realmente, me encontraba en celibato autoimpuesto, por consideración al amor por duplicado que vivimos cada uno. Manuela había asumido sin protesta el rol de cuevita; quien sabía que debía estar en espera de troncón, sin embargo, yo no iba a apresurar ni presionar a mi Danna.
El “tic tac” del tiempo nos entregó casi seis meses, ya mi Danna estaba al día con el trabajo acumulado, vivía sola, aún iba a consulta una vez a la semana. Sus avances eran gigantescos, según la psicóloga, quien era amiga de mi familia y nos mantenía al tanto de los progresos sin romper su ética profesional.
Un año después, un sábado cualquiera, Danna, se presentó de sorpresa en mi apartamento. Me asombré, ya que ella paulatinamente se había alejado de mí. Creí, en ese entonces, que debía darle espacio y tiempo para sanar. Pero debía de reconocer que varias veces por semana me escabullía para verla, de lejos, en la oficina trabajando y siempre buscaba la tobillera al final de su esbelta pierna.