Capítulo 3
En ese momento, perdí toda esperanza.

—Hermana… vámonos. Vamos a casa a recoger nuestras cosas y larguémonos de aquí.

Mi hermana no dijo nada, solo asintió en silencio.

De camino a casa, abrí el Facebook y vi otra publicación de Ana. Había subido una foto de un bebé con el texto:

«Bienvenido al mundo, mi angelito. Gracias a Sam y Leo por estar siempre a mi lado.»

En la foto, ella sostenía al adorable bebé en brazos, con una sonrisa llena de felicidad. Sam y Leo estaban a su lado, con miradas llenas de ternura.

En los comentarios, ambos escribieron:

«Ana, eres increíble. Gracias por traernos a este hermoso bebé.»

«Vamos a querer a este niño como si fuera nuestro propio hijo.»

Al ver eso, las lágrimas volvieron a brotar de mis ojos. Yo había perdido a mi hijo y mi hermana su posibilidad de quedar embarazada, y mientras tanto otra mujer presumía su felicidad…

Una felicidad que alguna vez debió ser nuestra.

La tristeza por la pérdida crecía en mi pecho.

Cuando llegamos a casa, abrí la puerta y miré a mi alrededor. Ese lugar que antes estaba lleno de risas y sueños… ahora solo traía dolor. Ahí, donde alguna vez imaginé un futuro lleno de amor, ahora solo quedaban recuerdos amargos.

En silencio, comencé a empacar. Quería irme cuanto antes de ese lugar maldito.

De repente, la puerta se abrió.

Era Sam.

Me miró, sorprendido al principio, pero enseguida volvió a su expresión fría y distante.

—¿Ya volviste? ¿Dónde está la cobijita de bebé que tejiste a mano? Apúrate y dámela. Ana la necesita.

Lo miré conteniendo las lágrimas.

—Sam… esa cobija la hice para nuestro hijo. Cosí cada puntada a mano. ¿Cómo puedes dársela a otro niño?

—¿Y qué tiene? —preguntó, frunciendo el ceño con fastidio—. Nuestro hijo ni siquiera ha nacido. Después te compro otra nueva y ya.

Miró a su alrededor y su expresión de disgusto se intensificó.

—¿Ni siquiera limpiaste la casa? ¿Qué hiciste en todo este tiempo? —Su tono estaba cargado de reproche, como si todo fuera culpa mía—. Y por cierto, tu hermana Lilia y Leo volvieron a pelear. ¿No serás tú la que anda metiendo cizaña? ¿Podrías dejar de arrastrar a los demás con tu drama? Ya casi vas a ser mamá, ¡madura de una vez!

Sus palabras eran cuchillas que me cortaban por dentro.

Apreté los puños con fuerza, hasta que las uñas se me clavaron en las palmas, para no llorar.

—Sam, estoy cansada. Hablamos mañana.

Me di la vuelta y entré a la habitación, cerrando la puerta de golpe. Me recargué en la puerta, y las lágrimas empezaron a caer sin hacer ruido.

Esa noche no pude dormir. No dejaba de dar vueltas en la cama, atormentada.

Cada vez que pensaba en la traición de Sam y Leo, el corazón me dolía más y más.

Al fin amaneció.

Me levanté temprano y terminé de empacar lo que quedaba.

Pero al abrir la puerta del cuarto, vi algo que me dejó helada.

En la sala… estaban Sam y Leo con Ana y su recién nacido. Los tres reían y conversaban como si ese fuera su hogar.

Me quedé paralizada. El corazón me dio un vuelco.

—¿Qué hace ella aquí? —pregunté, sin poder contenerme.

—Ana acaba de dar a luz —respondió Sam, mirándome con frialdad—. Necesita cuidados. Hablamos y decidimos que se quedará aquí un tiempo.

—¿Qué? —abrí los ojos como platos, no podía creer lo que oía—. ¡Este es mi hogar, no el hotel de esa mujer!

—Lucía, no empieces con tus dramas —dijo Leo frunciendo el ceño—. Solo es temporal. Cuando Ana se recupere, le conseguiremos otro lugar.

Abrí la boca para responder, pero Sam me interrumpió:

—Ya, basta. Ana y el bebé tienen hambre. Voy a preparar algo de comer.

Dicho eso, él y Leo se fueron a la cocina.

Ana me miró, con una sonrisa provocadora en el rostro. Se acercó y me dijo en voz baja:

—Lucía, perdiste. Sam y Leo ahora me aman a mí. Ustedes ya no importan.

En ese instante, fingió tropezar y cayó al suelo.

—¡Ay! —gritó—. ¡Lucía, por qué me empujaste!

—¡Ana! ¿Estás bien? ¡Lucía! ¿Qué le hiciste?

Sam corrió hacia ella, con la furia brillando en sus ojos.

—¡Yo no la toqué! —grité desesperada, pero él no me creyó.

—¡Lucía ni siquiera se acercó! ¡Ella misma…! —dijo mi hermana, intentando defenderme.

Pero Leo la detuvo de inmediato:

—¡Tú no hables! Si tu hermana hizo algo, ¿no deberías ser la primera en saberlo?

Fue entonces cuando Sam se fijó en mi vientre. Su expresión cambió de golpe.

—Lucía… ¿y nuestro hijo? —preguntó en voz sonó baja, peligrosa—¿Dónde está?
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