—¡Tú… tú no sabes lo que tienes! —Sam temblaba de la rabia, señalándome con el dedo, pero sin poder articular bien sus palabras.
—¡Muy bien! ¡Quieres divorciarte, pues te concedo el divorcio!
—¡Pero recuérdalo bien! ¡Sin mí, no eres nada!
—Quiero ver cuánto duras allá afuera sin mí. ¡A ver cómo te va!
Leo también tenía el rostro desencajado, abrazando al bebé mientras observaba en silencio.
—¿Lilia, tú también piensas así? —su voz sonaba baja, peligrosa.
Mi hermana levantó la cabeza con determinación en la mirada:
—Sí. No sé cómo será nuestra vida sin ustedes… pero seguro será mejor que esto.
—Muy bien —Leo soltó una risa fría. —Si así lo quieren, ¡no se quejen cuando las tratemos sin piedad!
—¿Creen que van a tener una buena vida lejos de nosotros?
—¡Les advierto! Sin nosotros, ustedes no valen nada.
—Y cuando estén allá afuera sufriendo y arrepintiéndose… ¡van a volver rogando!
Sam y Leo creían que solo estábamos actuando por impulso, que al final volveríamos arrastrándonos después d