Desperté en la cama del hospital, con todo el cuerpo hecho pedazos, y, al notar mi vientre vacío, el alma se me vino a mis pies. Eso me hizo consciente de lo que había sucedido. Mi bebé había muerto. Tomé el celular y le mandé un mensaje a Sam: «Ya no hay bebé.»Esperé su respuesta, pero el celular permaneció en silencio.Volví a escribirle: «Divorciémonos.»Y, aun así, no respondió.Unas horas después, por fin, sonó su llamada. Contesté, y del otro lado escuché la vocecita de Ana:—Lucía, no te enojes. En el hospital hubo un intento de secuestro, me lastimé, y no encontré a nadie que me acompañara, por eso le pedí a Sam que me llevara a urgencias. Fue mi culpa. No te divorcies por esto. Sam aún te ama, y eso lo heriría. Antes de que pudiera responder, Sam le arrebató el teléfono, con impaciencia palpable:—Lucía, ¿puedes dejar de usar al bebé y el divorcio como chantaje? No eres una niña. ¿Así de celosa eres? Ana solo se asustó y su embarazo se complicó, por eso estoy co
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