En el despacho de Carlos, el silencio solo se rompía por el suave golpeteo del teclado.
Estaba sumergido entre montones de documentos y la luz fría del portátil.
Su chaqueta colgaba del respaldo de la silla, la corbata se aflojaba sobre el cuello,
y la taza de café sobre la mesa se había enfriado hacía más de dos horas.
—Este porcentaje tiene que cuadrar… —murmuró con voz baja mientras ajustaba los datos en la presentación—.
Si me equivoco, el cliente podría cancelar el contrato.
La puerta se abrió con suavidad.
Verónica entró despacio, con el cabello suelto cayendo en ondas sobre los hombros.
Llevaba en las manos varias hojas bien ordenadas dentro de una carpeta transparente.
—Cariño… —susurró con una dulzura calculada—. ¿Sigues trabajando?
Carlos levantó la vista un instante y esbozó una leve sonrisa.
—Sí. Mañana tengo una reunión importante.
Necesito dejar listos los últimos datos.
Verónica se acercó y apoyó una mano en su hombro, masajeándolo con delicadeza.
—Trabajas demasiado. M