Capítulo 2

Lilian seguía de pie detrás del muro, con el cuerpo temblando. Sentía el pecho cada vez más oprimido. Le costaba respirar.

—Ah, Verónica… Eres la mejor en la cama. No como Lilian, que parece un cadáver. No sabe cómo complacerme.

Verónica sonrió satisfecha. No se imaginaba que, con solo saber cómo mimar a Carlos en la cama, podía hacerlo obedecerle por completo.

—Entonces, ¿cuándo vas a divorciarte de Lilian?

Pero Carlos no respondió a la pregunta de Verónica. Continuó moviendo las caderas, acelerando el ritmo hasta alcanzar el clímax del placer.

—Despacio, Carlos… ah…

Verónica cerró los ojos; realmente estaba disfrutando cada caricia del esposo de su amiga.

Lilian lo vio todo claramente. Sus puños se cerraron con fuerza. Sentía unas ganas tremendas de irrumpir en la habitación, de abofetearles el rostro a los dos, de gritar al mundo quiénes eran realmente Carlos y Verónica.

Pero las risas de Gabriel, que venían desde el piso de abajo, la detuvieron en seco.

¿Iba Lilian a arruinar la fiesta de cumpleaños de Gabriel?

Cerró los ojos. Las lágrimas comenzaron a correr en silencio por sus frías mejillas.

Se mordió el labio con fuerza. “No ahora”, susurró para sí.

Con paso lento, Lilian se alejó de la puerta y regresó por el pasillo, intentando contener el sollozo. Se apoyó en la pared, luchando por no caer.

Al llegar a las escaleras, respiró hondo, obligándose a mostrar un rostro sereno. Forzó una leve sonrisa. Nadie debía notar la herida que llevaba dentro.

Minutos después, Carlos reapareció en el salón de la fiesta. Su rostro mostraba calma, una sonrisa amplia decoraba sus labios, como si no acabara de cometer pecado alguno.

—Carlos, ¿dónde estabas? —preguntó Lilian con voz casi susurrada, conteniendo el temblor en el pecho.

Carlos tocó la cintura de Lilian y la tomó suavemente entre sus brazos.

—Recibí una llamada de un cliente. Estábamos hablando de un nuevo proyecto. Lo siento, Lilian. Te hice esperar.

Lilian sonrió levemente. —No pasa nada, cariño.

—Lilian, estás preciosa esta noche. —Carlos besó el dorso de su mano.

Lilian lo miró, con expresión vacía.

—Gracias. Tú también estás muy guapo esta noche.

Carlos soltó una risita, sin notar el sarcasmo escondido en las palabras de Lilian.

Verónica apareció con un plato lleno de mini pasteles.

—¡A Gabriel le han encantado! Mira, ya se ha comido dos.

Se agachó y pellizcó con ternura la mejilla de Gabriel, que estaba sentado en un rincón, riendo con un gorrito de cumpleaños torcido sobre la cabeza.

Lilian observó la escena con atención. La sonrisa de Verónica parecía sincera, sus gestos llenos de dulzura. Si no supiera lo que realmente había pasado, tal vez habría vuelto a caer en su engaño.

Pero ahora… todo se veía falso. Y asquerosamente repugnante.

De pronto, Lilian sintió un nudo en el estómago. Náuseas. Se tapó la boca y caminó apresuradamente entre los invitados hasta llegar al baño. Apenas entró, vomitó en el lavabo.

Sus manos se aferraron con fuerza al mármol. El cuerpo de Lilian temblaba sin control.

—Basta… —susurró para sí misma—. Hasta aquí llegué.

Las lágrimas brotaron, pero esta vez no por debilidad. Lilian miró su reflejo en el espejo. Sus ojos estaban hinchados, pero dentro de ellos brillaba una chispa de fuego.

—No los voy a perdonar. ¡A ninguno de los dos, traidores!

Sus puños se apretaron. Su respiración comenzaba a calmarse. La herida aún sangraba, y dolía con intensidad.

Lilian y Carlos llevaban cuatro años de casados. Durante todo ese tiempo, Carlos se había mostrado atento y cariñoso, haciendo creer a Lilian que era un esposo fiel y amoroso.

Pero Lilian había sacrificado mucho por ese matrimonio. Antes era una diseñadora reconocida. Y por su familia, lo dejó todo sin titubeos.

En una época, cuando la empresa de Carlos estaba a punto de quebrar, Lilian vendió su apartamento personal y dos activos importantes para salvar el negocio de su marido. Gracias a eso, Carlos había alcanzado el éxito.

¿Y así es como me lo pagas, Carlos? Con una excusa asquerosa. ¡Has sido capaz de traicionarme! ¡Eres un desgraciado!

***

Esa noche, después de que los invitados se marcharon y la casa volvió a quedar en silencio, Lilian bañó a Gabriel, le cambió la ropa y lo arropó con dulzura.

Gabriel abrazaba con fuerza el cochecito nuevo que Carlos le había regalado.

—Mamá… gracias por hoy… Estoy muy feliz. Quiero mucho a papá, quiero mucho a mamá…

Lilian devolvió el abrazo, besó su frente y contuvo las lágrimas.

—Mamá también te quiere, cariño. Para siempre.

Gabriel sonrió, adormilado, y pronto se quedó dormido. Lilian permaneció sentada junto a la cama durante un buen rato, contemplando el rostro inocente de su hijo. Sentía que el alma le dolía, pero sabía que debía mantenerse fuerte.

Volvió lentamente a la habitación principal. Carlos ya estaba allí, sentado en la cama, desabrochándose la camisa.

—¿Gabriel ya duerme? —preguntó Carlos.

Lilian asintió en silencio. Se sentó al borde de la cama, recostando la espalda contra el cabecero.

—Carlos… —murmuró, en un susurro apenas audible.

—¿Mm?

—¿De verdad me amas?

Carlos se giró y la miró unos segundos. Luego sonrió, tomando su mano con suavidad.

—Amor… ¿qué pasa contigo? ¿Por qué preguntas eso? Claro que te amo, con todo mi corazón. Eres mi esposa, la madre de mi hijo. Desde siempre y para siempre, eres la única mujer que amo.

Carlos intentó abrazarla y besó su frente.

Lilian no respondió. No se movió. Ni siquiera le devolvió el abrazo.

Aquel gesto se sentía vacío, sin alma. Lilian sabía bien que el abrazo de su esposo era una farsa.

Apretó los dientes, forzando una sonrisa que ya ni siquiera sabía si podía parecer sincera.

—Sí, te creo… —dijo Lilian brevemente.

Carlos parecía no notar nada extraño. Se levantó, fue al baño, y al regresar se acostó dándole la espalda, como si nada, fingiendo dormir.

Lilian contuvo el aliento. Su mente palpitaba con ansiedad. Creía que Carlos ya estaba profundamente dormido. Desvió la mirada hacia la mesita de noche. Allí, el teléfono de Carlos reposaba, como una prueba silenciosa. Estaba convencida de que en ese dispositivo encontraría evidencias de la infidelidad con Verónica.

Finalmente, se levantó despacio, casi sin hacer ruido, y con sumo cuidado tomó el móvil. Tras asegurarse de que Carlos parecía dormido, salió rumbo al baño de visitas y cerró la puerta con llave.

La pantalla se iluminó. Lilian comenzó a ingresar otra clave.

Sus dedos temblaban. Probó con la primera combinación. Fallida. Intentó con la fecha de aniversario. También incorrecta.

Cerró los ojos unos segundos. Luego escribió la fecha de nacimiento de Gabriel.

Otra vez: error.

Su respiración se agitaba. Pero justo antes de poder intentarlo de nuevo…

—¿Lilian?

La voz de Carlos sonó desde el otro lado de la puerta.

—¿Qué haces ahí dentro? —volvió a gritar.

Lilian apretó el teléfono con fuerza. Sintió que el corazón se le detenía.

—Yo… solo… —su voz se quebró. No podía pensar con claridad.

—¿Solo qué?

Carlos no golpeó la puerta. Solo esperó del otro lado. Esperó a que Lilian saliera.

Ella abrió la puerta lentamente. Carlos estaba allí, y su mirada se dirigió de inmediato al móvil que Lilian tenía entre las manos.

—¿Por qué tienes mi teléfono? —preguntó en tono bajo.

Lilian contuvo el aliento, buscando una excusa que no levantara sospechas. Pero antes de poder responder, Carlos extendió la mano y recuperó el teléfono.

Lilian lo entregó con pesar. Carlos lo tomó, y apenas le echó una mirada.

—Esto no es propio de ti, Lilian. ¿Estás desconfiando de mí?

—No, no… yo… —la voz de Lilian sonaba débil.

Carlos sonrió, frío. Luego se dio la vuelta y caminó hacia la cama.

—Será mejor que durmamos. Te ves cansada.

Se acostó, apagó la luz y, como siempre, le dio la espalda.

Pero esa noche, por primera vez… Lilian sintió que compartía techo con un desconocido que durante cuatro años había sido su esposo.

De pronto, Lilian encendió la luz. Tiró del cuerpo de Carlos hasta que ambos quedaron frente a frente.

—Carlos, ¿por qué cambiaste la contraseña de tu teléfono? ¿Qué estás ocultándome?

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