Divorciada tras la Traición, Mimada por un CEO
Divorciada tras la Traición, Mimada por un CEO
Por: Queen Mikayla
Capítulo 1

—Amor, todavía no puedo creer que hoy nuestro hijo cumpla tres años. Hoy es su cumpleaños —dijo Carlos acercándose para besar la mejilla de su esposa.

Lilian, que estaba cocinando y preparando el desayuno en la cocina cálida y perfumada, sonrió al sentir el roce de los labios de su esposo. Carlos la abrazó por la espalda y le dio un beso suave en el hombro.

Lilian soltó una risita baja.

—Sí, amor... Parece que fue ayer cuando di a luz a Gabriel. Ahora ya elige su propia ropa.

—Y siempre insiste en ponerse la camiseta de Spiderman todos los días —respondió Carlos riendo.

Ambos soltaron una pequeña carcajada, disfrutando de una mañana sencilla pero llena de amor.

—¿Ya envolviste su regalo de cumpleaños? —preguntó Lilian mientras removía con cuidado el contenido de la sartén.

—Por supuesto, mi amor. Ese cochecito rojo que lleva un mes señalando cada vez que lo ve.

De repente, se oyeron pasos pequeños bajando las escaleras con prisa. Gabriel apareció en la entrada, con los ojos brillantes y una enorme sonrisa en el rostro.

—¿¡Coche!? ¿Qué coche, mamá? —preguntó con entusiasmo.

Carlos se agachó enseguida y abrió los brazos.

—¡Ey, campeón! ¿Ya te despertaste?

Gabriel corrió hacia él y lo abrazó con fuerza.

—¿Papá y mamá me van a dar un regalo? ¿Es el coche rojo? ¿¡El que me gusta mucho!?

Lilian le dio un codazo a Carlos con una sonrisa significativa.

—Ups, creo que ya lo descubrió...

Carlos fingió estar sorprendido.

—¡Oh no! ¡Se suponía que era una sorpresa! ¡Papá se le escapó!

Gabriel se echó a reír, feliz.

—¡Me encanta ese coche rojo! ¿Y la fiesta, mamá? ¿Cuándo es?

—Esta noche, cariño —respondió Lilian acariciándole el cabello con ternura—. Habrá globos, pastel, y vendrán tus amiguitos.

—¡Yaaaay! —gritó Gabriel saltando de emoción—. ¡Voy a ponerme mi disfraz de Spiderman!

Rieron juntos. Aquella mañana tenía una calidez especial. Lilian observó a su esposo y a su hijo, y sintió que el corazón le rebosaba de felicidad.

Después del desayuno, Carlos y Lilian llevaron a Gabriel al jardín de infancia. De camino a casa, Lilian no podía dejar de sonreír, imaginando lo feliz que estaría su hijo esa noche.

Al llegar, apenas dejó el bolso en el sofá cuando sonó el timbre.

Lilian abrió la puerta y se encontró con una figura familiar, de pie con dos bolsas grandes llenas de decoraciones de colores.

—¡Sorpresaaa! —gritó Verónica, saludando con la mano.

Lilian se quedó paralizada un instante.

—¿Verónica? ¿Viniste? ¿No tenías sesión de fotos hoy?

Verónica sonrió con entusiasmo.

—Pedí el día libre por Gabriel. ¿Cómo iba a perderme el tercer cumpleaños de mi ahijado?

Lilian abrazó a su mejor amiga con fuerza.

—Gracias, Vero... De verdad me alegra mucho que estés aquí...

—De nada, Lilian. ¡Vamos, tenemos que decorar todo antes de que regrese el pequeño!

Comenzaron a inflar globos, colgar decoraciones y preparar la mesa de la fiesta con entusiasmo.

—Oye, ¿aún tienes ese papel de regalo de Spiderman? —preguntó Verónica mientras ataba una cinta.

—Sí, está en el cajón de abajo, junto a la nevera. Sabes que Gabriel está loco por Spiderman —respondió Lilian con una sonrisa suave.

—Claro que lo sé. Le encanta Spiderman, el color rojo, los cochecitos… y odia los pasteles con nueces —dijo Verónica riendo.

Lilian también rió.

—Eres la mejor tía.

Verónica la miró con cariño.

—Y tú, la mejor madre que he conocido.

Lilian guardó silencio unos segundos. Su sonrisa era cálida. No hacían falta más palabras.

***

Llegó la noche. La casa de Lilian lucía festiva. Globos de colores colgaban del techo, la mesa estaba llena de bocadillos, y en el centro brillaba un pastel enorme con forma de coche rojo.

Los invitados comenzaron a llegar. Las risas de los niños se mezclaban con las conversaciones animadas de los adultos. Gabriel corría de un lado a otro con su disfraz de Spiderman, saludando a todos.

Carlos, con una camisa celeste, se encargaba de recibir a los invitados con amabilidad.

—Amor —llamó Lilian acercándose—, ¿puedes traer la botella grande de jugo de la cocina?

Carlos la miró unos segundos, luego desvió la vista hacia Verónica, que estaba cerca de las escaleras.

—Claro, ya voy —respondió, y se alejó rápidamente.

Lilian frunció ligeramente el ceño al notar esa mirada, pero enseguida volvió a sonreír y siguió conversando con otros padres.

Minutos después, Verónica subió las escaleras con el móvil en la mano.

Lilian la vio de reojo, pero estaba demasiado concentrada en la fiesta. Música infantil llenaba el ambiente, y Gabriel reía con el payaso que hacía globos con formas de animales.

Pero... había algo que no la dejaba tranquila. Miró el reloj. Carlos aún no volvía de la cocina.

Caminó hacia allí con paso decidido. Vacía.

—¿Dónde está Carlos? —murmuró, inquieta. Su mirada se dirigió hacia las escaleras. Dudó... y luego empezó a subir, peldaño a peldaño.

El bullicio de la fiesta se hacía más lejano. Arriba, solo el silencio.

Lilian caminó por el pasillo con el corazón latiendo con fuerza.

Se detuvo tras la pared, junto a la puerta entreabierta del cuarto de huéspedes. A través del pequeño hueco, vio dos siluetas muy juntas. El corazón le dio un vuelco.

Carlos estaba de espaldas a la puerta. Verónica, sentada sobre el tocador. Su camisa abierta. Ella, en sujetador. Respiraban agitadamente, sus cuerpos apenas separados.

—Estás loco… pero me encanta esto —susurró Verónica, atrayendo a Carlos por el cuello y fundiéndose en un beso ardiente.

Lilian no pudo moverse. La garganta le ardía, los ojos muy abiertos. Su cuerpo temblaba. Contuvo el aliento, las lágrimas, el grito que pugnaba por salir.

Carlos se apretaba contra las piernas de Verónica. Sus manos recorrían su espalda desnuda. La camisa de ella colgaba de una silla. El sujetador, tirado en el suelo. Lilian, desde la puerta, podía oír sus respiraciones entrecortadas, urgentes —no por cansancio, sino por deseo.

Verónica recostó la cabeza en el espejo, los ojos cerrados. Carlos descendía por su cuello hasta el hombro. Sus dedos se entrelazaban, sus cuerpos se fundían.

—Ah... Carlos...

Lilian permanecía inmóvil. Reconocía ese sonido. Esa voz, ese gemido. Antes era suyo. Ahora la hería.

Verónica atrajo a Carlos más cerca. Le susurró algo al oído y luego soltó una risita —suave, pero afilada como un cuchillo.

Todo se rompió. Lilian ya no sentía que perteneciera a esa casa.

Las lágrimas cayeron, una a una. Se cubrió la boca, intentando no sollozar, no gritar. Pero por dentro... ya estaba hecha pedazos.

La traición era real. Frente a sus ojos. En su propia casa. El día del cumpleaños de su hijo.

Siguió allí, congelada. Apenas podía respirar. Retrocedió un paso, escondiéndose tras la pared. 

Lilian se tapó la boca, luchando por no hacer ruido. El pecho le ardía. Todo parecía un sueño lento, una pesadilla que no terminaba.

—Carlos… Lilian podría sospechar… —susurró Verónica entre risas, jadeando.

—Lilian está ocupada abajo. No se va a dar cuenta —respondió Carlos, besándole el cuello.

Lilian apretó los puños con fuerza. Ya no pudo contener más las lágrimas.

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