Un par de días mas tarde
Carlos tocó la puerta del despacho con la formalidad que lo caracterizaba y esperó apenas un segundo antes de entrar. Lucien levantó la mirada del informe que revisaba y, al ver el semblante de su asistente, dejó el documento a un lado.
—Habla —ordenó.
—Tenemos novedades sobre el secuestrador —informó Carlos—. Es escurridizo, demasiado. Nuestros hombres lo tuvieron cerca varias veces, casi lo atrapan, pero siempre logró anticiparse. Incluso llegaron a cruzarse con él sin reconocerlo.
Lucien frunció el ceño, inclinándose hacia atrás en su silla mientras procesaba la información. Esa habilidad para huir no era normal. Un hombre común no esquivaba así a un equipo entrenado.
—¿Aumentamos el personal? —preguntó Carlos, interpretando su silencio.
—No, todo lo contrario, es necesario reducirlo—indicó Lucien, tajante.
El asistente lo miró sorprendido, pero no cuestionó la decisión. Sabía que si Lucien hablaba con esa seguridad, era porque ya había deducido algo.
—Ese