La cocina del lujoso apartamento estaba impecablemente iluminada cuando Lorain entró. El aroma dulce del pastel recién horneado la envolvió, y por un instante, su expresión se suavizó. El chef que había contratado abrió el horno con profesionalismo y retiró la bandeja con un pastel cubierto de un tono dorado perfecto.
—Señorita Lorain, está listo —informó con una leve inclinación.
Ella asintió sin mirarlo demasiado; su atención estaba en su teléfono. Presionó el número del hombre al que tanto anhelaba impresionar. Cuando la llamada se conectó, su voz se volvió automáticamente suave, casi melosa.
—Lucien, cariño, ¿Cómo estás? Preparé unos deliciosos pasteles. Pensé que sería un lindo gesto llevarle uno a tu abuelo. Es una cortesía, ya sabes… quiero que él me vea con buenos ojos.
Era la cuarta vez en esa semana que insinuaba su deseo de conocer al abuelo de Lucien. Para ella, ese era el paso más importante, debía entrar en la familia, asegurarse un lugar. Aunque hasta ahora, únicament