El parqueadero seguía casi vacío cuando el teléfono de Shaira comenzó a sonar. La joven, que revisaba unos documentos en la parte trasera del coche, levantó la vista hacia Margaret antes de contestar.
—Sí, señor… entiendo —dijo con el ceño fruncido—. Claro que sí, enseguida voy.
Colgó y nerviosa y soltó un suspiro cansado.
—Tengo que volver. El jefe me necesita en la oficina.
—¿A esta hora? Me imagino que ya debe saber lo que sucedió, lo siento cariño. —Margaret se disculpó.
—No es tu culpa Margaret, además, se lo tenía bien merecido esa mujer, tengo que irme te mantendré informada entonces.
Margaret asintió sin mucho entusiasmo.
—Ve tranquila. Yo terminaré lo que falta aquí.
Shaira la miró con un dejo de preocupación.
—¿Segura que no quieres que me quede un poco más?
—No, estaré bien —aseguró, aunque su tono sonaba más cansado que firme. —Arreglare algunas cosas pendientes con Elize, luego regresare a casa.
—Está bien. —Shaira se despidió rápidamente.
Margaret la vio alejarse con pa