Por la tarde, tal como Lucien había prometido, un mensajero llegó con una caja elegante envuelta en papel dorado.
Margaret la observó unos segundos antes de abrirla. Dentro, descansaba un vestido negro de satén, de corte sobrio pero ceñido a la cintura, con un escote sutil y una caída impecable. Era exactamente su estilo.
Suspiró. Sabía que él recordaba sus medidas con precisión.
Cuando terminó su jornada, esperó a que la oficina quedara vacía y se cambió en el baño. Al ponerse el vestido, sintió una ligera presión en el abdomen. La tela, aunque flexible, se ajustaba demasiado en la cintura.
Se miró en el espejo, ladeando la cabeza, y acarició con disimulo su vientre apenas redondeado.
Apenas llegaba a los tres meses, pero su vientre apenas perceptible, era suficiente para que el vestido marcara una diferencia.
El corazón le dio un vuelco.
Se puso un abrigo encima, lo abotonó hasta el cuello y se miró una última vez antes de salir. Su rostro estaba sereno, aunque por dentro la ans