[ZAED]
El café que pedimos después de la clínica se ha enfriado entre nuestras manos. Ninguno de los dos habló mucho. No hacía falta, solo basta con mirarnos. El sonido de ese pequeño latido sigue golpeándome el pecho como si fuera un recuerdo vivo.
Caminamos de regreso al departamento en silencio, pero un silencio distinto. No es tensión. No es miedo. Es… reverencia.
Alya mantiene una mano sobre su vientre, como si pudiera proteger algo que todavía es casi invisible. Yo la observo de reojo y la sensación es tan extraña… Tan inmensa. Una mezcla de amor feróz, vulnerabilidad absoluta y un miedo que me parte en dos.
El cielo de Milán está despejado, una rareza. Las calles empedradas brillan bajo el sol de la tarde. Los autos pasan, la gente conversa, los turistas ríen… mientras que para mí, el mundo entero parece moverse bajo el agua.
Alya respira hondo, como si intentara ordenarse por dentro.
—Zaed… —dice de pronto, mirándome de reojo—. ¿Te das cuenta de lo que acabamos de ver?
—Claro