Al otro día por la mañana regresaron a Nápoles, a Ana se le hizo extraño ver qué ni Elena ni su padre viajaban con ellos.
—¿Ha sucedido algo? Veo que Sandro y Elena no están con nosotros.
—Están molestos por lo sucedido ayer, están acostumbrados a que todo mundo se deje pisotear por ellos, ya es hora de que alguien les ponga un alto, jefe soy, yo no Sandro.
—Elena está acostumbrada a hacer su voluntad, y su padre la deja.
—Así es, pero ya me cansé de ellos, no quiero una relación más allá de los negocios y ellos deben de entenderlo.
Ana se dio cuenta de que Mario era sincero, Elena no significaba absolutamente nada para él y eso le causaba alegría, saber que mientras no la recordaba a ella, mantenía una relación con esa otra chica al punto de haberse enamorado de ella.
Al llegar a Sicilia inmediatamente se dirigieron a la mansión, fueron recibidos con alegría por los gemelos y por las demás personas en la casa.
—Creo que saldremos más seguido, mira como nos han recibido nuestros