Sandro entró en la casa con pasos firmes, pero dentro sentía que pisaba cristales rotos o quizás era su interior qué parecía estar quebrandose de a pocos, además aa tensión en el aire era casi palpable, se podía sentir incluso hasta en el más mínimo rincón de la casa.
Allí en el sofá estaba Ellie sentada casi acurrucada, con la mirada perdida y el ceño fruncido. Ya no había ni rastro de las flores; había hecho desaparecer esa prueba silenciosa del conflicto.
—¿Por qué no me dijiste que Josias fue a buscarte? ¿Y por que te envió esas flores a casa? —preguntó Sandro, tratando de que la voz no se quebrara.
Ellie bajó la vista, apretando las manos en su regazo, incapaz de sostener su mirada.
—No quería preocuparte. Pensé que podía manejarlo sola, le pedí que no volviera a buscarme, no sé que pasó por su cabeza al mandar esas flores, tampoco sé cómo consiguió la dirección. Te lo juro, no sabía nada de las flores.
Sandro se acercó, intentando no sonar como un juez, pero el cansancio